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¿Se acabó la fiesta?

Actualizado 10.06.2024

Ha pasado el día de la reválida. Veinticuatro horas después, nadie ha sacado una sola conclusión basada en la realidad. Todo son lecturas de partido, lecturas interesadas en las que cada uno interpreta el mensaje a su antojo, como mejor le venga.

Nosotros podríamos hacer como hace la mayoría, esconder la cabeza bajo tierra y limitarnos a copiar notas de prensa de este o de aquel, pero no es ese nuestro estilo, ni es esa nuestra forma de actuar.Así que vamos por la vida haciendo amigos para siempre o perdiéndolos de manera inevitable, porque la verdad duele, sobre todo cuando la escuchas de ti mismo.

Esta jornada electoral nos deja un mensaje claro, uno que resalta sobre todos los demás, y es que el nivel de abstención sigue ganando por abrumadora mayoría. Si el voto del descontento contara de manera efectiva, habría ganado por una aplastante mayoría. Pero unos y otros van a dar lecturas interesadas, lecturas de parte desconectadas de la realidad. Cada lider empoltronado y anclado a su silla sacará a torear a sus mejores espadas. A la izquierda los talibanes de banquillo, encabezados por esa especie de orangután en que se ha convertido Oscar Puente por decisión personal, que nos van a convencer de que no es fácil tumbar a Pedro Sánchez, que el lodo y el fango no han sido suficientes. Por otro lado los aduladores del eterno opositor, convenciendo de que son los legítimos vencedores de las eleccioes, aunque ni unos ni otros, van a cambiar ni una sola de sus posiciones y seguirán pactando en común para obedecer órdenes que les llegan de un benefactor que nada tiene que ver con España y mucho con el pin que unos y otros muestran con orgullo en las solapas. En cualquier país avanzado, con políticos formados en el servicio al pueblo, en lugar del beneficio propio, los líderes de ambos partidos habrían dimitido ya, pero si sus seguidores, los de ambos, no fueran mulas con orejeras a los que no se permite mirar más que al camino que marcan sus riendas, se habrían levantado contra quien no es capaz de conducirlos a lugar seguro. 

Están los que venian a romper con todo eso, a la izquierda, muy a la izquierda, pero que no dudaron en cambiar su residencia a una mansión y acusar de chantajistas emocionales a quienes les recuerdan su pasado activista, los que decían jarabe democrático donde hoy ven acoso personal, y así todo. 

Están los que no merecen dos líneas, porque no representan ni el tiempo que perdería en tratar de hablar de ellos. Fuerzas residuales que se fagocitan y deboran unas a otras con una voraz ansia de poder.

Están los que se llenan la boca de acabar con la Agenda 2030, pero que se postran y rinden pleitesía a los que la financian desde  países lejanos. Nada va a cambiar en Europa, porque Europa no existe, no ha existido desde la caída del Impero Romano, desde la extinción del Imperio Español. Para que Europa renazca, Europa debe perecer, en sentido figurado obviamente. Debe ser una Europa de Patrias fuertes y orgullosas, que se protejan y se respeten, en las que el mercantilismo no sea un arma de destrucción masiva con la que controlar a los sucesivos gobiernos. Esta no es la Europa que nos prometieron en el primer referendum de entrada. Esto no era.

A la gente le extraña que una persona como Alvise haya sacado 800.000 votos, sin darse cuenta de que los contínuos ataques que ha recibido desde izquierda y derecha y la censura y el ostracismo al que lo han relegado los medios de comunicación, no han hecho más que agrandar el fenómeno del meteorito. Porque nadie se engañe, el voto descontento, el voto de la abstención lo ha recogido porque promete que será el meteorito que acabará con los dinosaurios en los que hemos convertido a los títeres que gobiernan en Europa. El tiempo dirá si ha venido a ser un verdadero meteorito, o será otra lluvia de estrellas. Tenemos años por delante. Pero lo que si sabemos es que el resto, ninguno de ellos, van a mover ficha para intentar cambiar las cosas. Han pasado las elecciones, toca ser obedientes hasta las siguientes. Será el tiempo, implacable, el que de y quite razones.

Hasta entonces estaremos observando.